Justo Villar, el héroe sin capa pero con guantes


8 años tenía esa noche en la que Newell's igualaba 2-2 frente a Gimnasia y Esgrima de Jujuy y uno de mis primeros ídolos se iba.

Recuerdo lagrimear el día que el arco quedaba desnudo tras la salida de Justo Wilmar Villar. El hombre de las mil tapadas, por el que la Lepra obtuvo la sexta estrella. El hombre de los milagros.

Frente a San Lorenzo en Boedo, Central en Arroyito o River en el Monumental, bien o mal, pero siempre estuvo pase lo que pase.

Recuerdo la persona que era, la calidad humana que tenía con el hincha, el ser increíble que siempre fue con los leprosos en su período en el club rosarino que duró cuatro años.

Y estoy seguro que eso no hubiera podido ser en otro lado. Villar nació para esta gente. De otra nacionalidad, pero misma sangre: roja y negra.

Es que cualquiera que tenga la oportunidad de hablar con él se enterará que Villar se enamoró del arco rojinegro y por eso lo defendió como indican los colores.

Esta semana miré atentamente cada una de sus épicas atajadas y me dí cuenta de algo: Justo Villar se enfermó de Lepra. Festejaba las atajadas como si fueran goles. Él, yo, y todos los hinchas leprosos.

Confiábamos en él y él en nosotros. Eso, señores, no es nada sencillo. Cuesta conseguirlo y nosotros lo tuvimos. Y no todos los que contaron con Villar en su equipo pueden decir lo mismo.

Tal vez parece que exagero, pero siento que hubo una casualidad mística que puso a Villar en ese momento y lugar de la historia. Y en ese momento de mi vida, tan lleno de desequilibrios.

Toda la vida fue un gran arquero, pero cuando lo veía en Newell's, lo veía completo, comprometido, enamorado del arco y de la tribuna.

Tal vez sean los ojos de un hincha, pero no estoy loco. Recuerdo esos ojos concentrados y aún los veo en los registros. Festejar cada atajada como si fuera uno más en la tribuna pero desde adentro de la cancha.

El 30 de julio de 2018 se retiró del fútbol profesional el arquero que fue campeón con Newell´s en 2004, que ganó clásicos, que tuvo tapadas fundamentales para darnos muchísimas alegrías.

No paro de leer una frase que nos dejó en su retiro: "Mi corazón leproso sigue estando, y va a latir hasta lo último de mi vida".

Hoy las manos de Villar son una leyenda. Le contaremos a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos, de aquel superhéroe que no llevaba capa, sino guantes.

Hasta siempre, Justo Villar.

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